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El Regis

Written By Rokas on domingo, septiembre 22, 2013 | 21:23

Digamos que era el centro de reunión de la cultura-culta y de la política-política

Lo fue desde su construcción en 1910, en las fiestas del Centenario, cuando albergaba las instalaciones del diario El Imparcial.

Nos poníamos nuestras mejores garritas. Los zapatos bien boleados, el pelo con bastante brillantina y lucíamos un discreto pañuelo blanco con tres picos arriba, en la bolsa situada al lado izquierdo de la solapa del saco. Estábamos listos.

No es que fuese una visita cotidiana, pero cuando íbamos al Hotel Regis pensábamos en la gente importante con que tropezaríamos, aunque no se tratara de amistades, sino sólo de nombres y apellidos dignos de las páginas de sociales de aquellos tiempos.

El Duque de Otranto, desde luego, y sus 300 y algunos más, oráculo de la clase social ocupante habitual de las afrancesadas habitaciones de la hospedería, y clientes diarios del restaurante Paolo, del salón de fiestas El Medallón o del Salón Inglés.

Los mismos que tenían un departamento de soltero dos calles abajo, en Reforma 27, o los que cerraban para sus saraos privados la cantina La Ópera. Apellidos ilustres de hijos de la Revolución, los menos, y de entenados del porfirismo, los más.

Digamos que era el centro de reunión de la cultura-culta y de la política-política; lo fue desde su construcción en 1910, en las fiestas del Centenario, cuando albergaba las instalaciones del diarioEl Imparcial.

Transformado en hotel cuatro años después, el edificio neoclásico albergó en su primera etapa a los más destacados prohombres nacionales. Sinaloenses y sonorenses lo tenían como centro de actividades y conspiraciones.

En 1928, tras el asesinato del reeleccionista general Álvaro Obregón, bajo la mirada vigilante del jefe máximo, Plutarco Elías Calles, El Turco, fue acordada en sus salones la designación del tamaulipeco Emilio Portes Gil como presidente provisional de la República. Se impuso al obregonista Manuel Pérez Treviño, a quien todo mundo daba por elegido.

Pero es historia antigua. Antes del desastre del 19 de septiembre de 1985, el Hotel Regis registraba entre sus huéspedes distinguidos a personajes como Graciela Olmos, La Bandida, quien ocupó durante mucho tiempo una de las suites donde la acompañaba su guardián personal, El Güero Batillas, autor de múltiples ejecuciones al servicio de notorios políticos de la época alemanista, al que conocí ya viejo, vendiendo cigarros de carita, esto es, importados, a la salida de los baños.

También por sus habitaciones pasaron Clark Gable, Frank Sinatra y Ava Gardner en luna de miel, al igual que Jorge Negrete y María Félix y Charles Chaplin y su segunda esposa entre muchísimos otros a los que el público miraba deambular por la recepción del hotel, adornado con muebles de piel y bordados muy de época.

Al cabaret Capri acudíamos a ver a Agustín Lara, que con el tenor y luego monje José Mojica, alargaba sus temporadas cediendo el lugar ya en la década de los 60, 70 y 80, a artistas como Lola Flores, Olga Guillot y antes, hasta Pedro Infante o Pedro Vargas, o después, Zulma Faiad o Rossy Mendoza, “la cintura más breve”, decía la propaganda.

Pero era la parte formal, la vida nocturna correcta, donde estaban los que importaban. En La Taberna del Greco nos reuníamos los dueños de la alegría, los que gozaban la vida no sólo bebiendo, sino participando en las variedades, la más exitosa que recuerdo, Chavela Vargas que enamoraba hombres y mujeres por igual y que incitaba al grito ebrio cuando cantaba con su voz ronca, a veces casi inaudible por la algarabía de los concurrentes.

En la parte baja y viendo hacia la Avenida Juárez, la cafetería de la farmacia Regis concitaba a Carlos Monsiváis, entonces todavía no tan popular, a Octavio Paz o a Carlos Fuentes, a reunirse para disfrutar no sólo la infusión sino quizá una buena leche malteada. Vendían la leche con Chocomilk, bebida predilecta de los niños por cierto, y que ahora ya prácticamente es desconocida.

Por la calle trasera se ingresaba a los baños, donde había servicio de turcos, vapores, alberca y salones de belleza, a uno de los cuales asistía regularmente Dolores del Río.

Allí los masajistas tenían buena fama, entre ellos, lo recuerdo, un michoacano que aplicaba en el cráneo una receta muy particular, basada en jugo de chiles verdes, para la recuperación del pelo. Gustavo Alatriste era cliente habitual, y es cierto, en menos de un año sobre su creciente calva empezó a lucir una pelusa que luego se transformó en un cabello fino que le permitió, en la vejez, lucir una discreta cola de caballo. Su lujo personal.

Después de múltiples peripecias y una larga temporada en Lecumberri, El Palacio Negro, El Güero Batillas siempre elegante, impecable, con su bien aceitada escuadra calibre 45 de cachas doradas, esperaba la salida de sus clientes, políticos de moda como Ernesto P. Uruchurtu, regente de la Ciudad de México, para venderles su mercadería. Era territorio exclusivo, nadie más se acercaba por allí.

En uno de los restaurantes situado a un lado de la recepción, por primera vez en México se estableció la moda de los buffets. Esa incómoda forma de comer donde el cliente se sirve lo que hay expuesto en largas mesas. Fue una novedad y principalmente los domingos mucha gente acudía a disfrutar, pero los notables nunca se hicieron presentes. Ellos iban a donde les sirvieran.

Mi último recuerdo del Hotel Regis fue ese trágico 19 de septiembre de 1985. Iba rumbo a mi oficina en el centro de la ciudad y había presenciado, horas antes, el rescate de uno de mis compañeros de trabajo, enterrado en un edificio de departamentos de la colonia Roma.

Al circular por la lateral de Reforma acompañado por Julio Fernando Reyes Hinojosa, un primo de Felipe Calderón, alcanzamos a ver cuando un sujeto, aterrorizado, se lanzaba al vacío para escapar de las llamas que para entonces envolvían la parte trasera del emblemático edificio.

Por el frente no se podía circular, la fachada del edificio cubría casi toda la Avenida Juárez. Entre los despojos coronados por el gran anuncio que caracterizaba al hotel, con sus dos letras R, espalda con espalda, simulando una H., decenas de rescatistas se afanaban en sacar de los escombros a las víctimas del temblor.

Lo que miramos sin entenderlo, en el estado de incomprensión que los sucesos del día nos provocaban, era algo más que la muerte de un individuo entre las 74 víctimas fatales registradas allí: era la muerte de una tradición, el fin de un símbolo que durante siete décadas reunió lo más granado de la sociedad, de la política y de la cultura.

Meses después, en el mismo lugar, se empezó a construir la actual Plaza de la Solidaridad inicialmente ocupada por numerosos grupos de protestantes que levantaron allí un campamento, hasta que fueron desalojados. Ahora es el sitio donde se reúnen a competir en torneos de ajedrez.

El edificio del Hotel Regis fue inaugurado en 1910, durante las fiestas del Centenario. Su pretensión de planta industrial para un medio informativo, pronto sufrió un cambio radical cuando fue vendido al señor Rodolfo Montes, quien lo convirtió en hospedería. Para el Cine Regis, una sala de proyecciones modesta en el tamaño pero no en el lujo, el nuevo propietario adquirió el inmueble ajunto, el teatro llamado La Bombonera.

Las ansias de Montes por hacer del Regis la mejor hospedería de México, lo llevó a planear la remodelación de la fachada, empeño en el que se colocó al borde de la quiebra, por lo que tuvo que cederle la propiedad a una familia de apellido Hernández, que a su vez la trasladó a Anacarsis Carcho Peralta, perteneciente a un clan que hizo fortuna embotellando el agua de Tehuacán, sustituto de los sifones con agua carbonatada.

Fue éste quien convirtió al Hotel Regis en el centro de reunión de los capitalinos. Progresivamente amplió los servicios, muchos de ellos novedosos para una ciudad que no terminaba de dejar su ambiente pueblerino y ya despuntaba para convertirse en un centro de gran importancia para el turismo internacional, que pronto lo hizo uno de sus sitios predilectos.

Los provincianos que ocasionalmente acudíamos a la gran capital, regresábamos a nuestro lugar de origen luciendo nuestro cosmopolitismo. Imprescindible la visita al café La Blanca para desayunar, en 5 de Mayo, y desde luego, El Capri, La Taberna del Greco y los baños del Regis, donde, suponíamos que nuestros paisanos se lo creían, convivíamos con lo más granado de la sociedad, la política y el espectáculo.

Era otro México, amable, seguro y divertido. Carlos Ferreyra, periodista. Coautor de La batalla por Nicaragua.


Autor: Carlos Ferreyra, periodista. Coautor de La batalla por Nicaragua.
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